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tierra del fuego

dispuesto a casarse con ella tan pronto como desembarcase.

Aunque los tres podían hablar y entender bastante el inglés, era sobremanera difícil obtener de ellos muchas noticias referentes a las costumbres de sus paisanos, lo cual dimanaba en parte de la gran dificultad que encontraban en comprender la más sencilla sutilidad. Todo el que está acostumbrado a tratar con niños muy pequeños sabe lo raro que es obtener una respuesta segura a preguntas tan sencillas como la de si una cosa es blanca o negra; las ideas de blanco y negro parecen ocupar alternativamente su espíritu. Así pasaba con estos fueguinos, y de ahí que generalmente fuera imposible averiguar al preguntarles si habían entendido bien lo que contestaban. Su sentido de la vista poseía una agudeza extraordinaria; sabido es que los marinos, a causa de su larga práctica, distinguen mejor los objetos distantes que los habitantes de tierra adentro; pero York, como Jemmy, aventajaban a cualquiera de los marinos de a bordo; en varias ocasiones dijeron lo que eran bultos confusos que se veían a lo lejos, y aunque todos dudaran, se comprobó que tenían razón cuando se examinaron con el catalejo. Tenían clara conciencia de su poder, y Jemmy, después de alguna riña con el oficial de guardia, solía exclamar: «Yo ver barco, yo no decir.»

Fué interesante observar la conducta de los salvajes para con Jemmy Button después de desembarcar; inmediatamente notaron la diferencia entre él y nosotros y platicaron largamente unos con otros sobre el asunto. El viejo dirigió una larga arenga a Jemmy, exhortándole, al parecer, a que se quedara con ellos. Pero el interpelado apenas entendía su lenguaje, y por otra parte se avergonzaba de sus paisanos. Cuando desembarcó después York Minster le reconocieron de igual modo, y le dijeron que debía afeitarse, a pe-