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cap.
darwin: viaje del «beagle»

cado, yo me mareaba, solía venir a verme y me decía con acento apenado: «¡Pobre amigo, pobre!»; pero la idea de que un hombre se marease después de llevar tanto tiempo en el mar excitaba demasiado su hilaridad, y generalmente se veía forzado a volver la cabeza para ocultar una sonrisa o una carcajada, y luego volvía a repetir: «¡Pobrecito, pobre!» Sentía vivamente el amor a su suelo natal, y le gustaba elogiar su tribu y país, diciendo que había en él «muchos árboles»; pero a la vez hallaba mal a las demás tribus. Con toda seriedad y firmeza aseguraba que en su tierra no había diablo. Jemmy era pequeño, cuadrado y regordete, pero muy pagado de su persona; solía llevar siempre guantes, el cabello pulcramente recortado y sentía mucho que se le manchara el calzado, que procuraba conservar siempre bien lustroso. Era muy amigo de mirarse al espejo, y un juguetón chiquillo indio del río Negro, que tuvimos a bordo algunos meses, lo echó muy pronto de ver y acostumbraba a burlarse de él. Jemmy, que estaba siempre celoso de las atenciones dispensadas a este niño, no lo llevaba de buen grado, y solía decir, moviendo despectivamente la cabeza: «Demasiado travieso.» Todavía me parece admirable, cuando reflexiono sobre todas sus muchas buenas cualidades, que pudiera pertenecer a la misma raza y participar, sin duda, del mismo carácter que los miserables y degradados salvajes con quienes tropecé por primera vez en esta costa. Por último, Fuegia Basket era una linda muchachita, modesta y reservada, con una expresión afable, pero triste a veces y gran facilidad para aprender cualquier cosa, y especialmente idiomas. Así lo demostró imponiéndose en el portugués y español para hacerse entender, en el breve tiempo que se detuvo en Río Janeiro y Montevideo, y en su conocimiento del inglés. York Minster tenía celos de cualquier muestra de aprecio que se le diera, pues indudablemente estaba