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cap.
darwin: viaje del «beagle»

era lo único que en este retirado lugar nos recordaba a Europa. La iglesia o capilla forma uno de los lados de un cuadrángulo en cuyo centro crece un numeroso grupo de bananeros. El otro lado era un hospital, que contenía unos doce asilados de miserable aspecto.

Regresamos a la venda [1] a comer. Un considerable número de hombres, mujeres y niños, negros como la pez, se reunían atraídos por el deseo de observarnos. Sin duda estaban de bonísimo humor, porque todo cuanto decíamos o hacíamos era celebrado con ingenuas carcajadas. Antes de salir de la ciudad hicimos una visita a la catedral. No parece tan rica como la iglesia parroquial, pero se ufana de poseer un pequeño órgano, que lanza gritos de una estridencia singular. Entregamos al sacerdote negro algunos chelines, y el español, dándole palmaditas en la cabeza, decía maliciosamente que, a su juicio, el color de la piel importaba poco. Después de esto volvimos a Porto Praya tan aprisa como nuestras jacas lo permitieron.

Otro día fuimos, también a caballo, a la aldea de Santo Domingo, situada casi en el centro de la isla. Algunas acacias raquíticas crecían en un pequeño llano que cruzamos; sus copas habían sido dobladas de una manera extraña por el soplo constante de los alisios, al extremo de que algunas formaban ángulo recto con su tronco. La dirección de las ramas era exactamente al Noreste por el Norte y al Suroeste por el Sur, y yo las consideré como veletas naturales, indicadoras de la dirección predominante del alisio. El paso de los viajeros deja tan poca huella en el estéril suelo, que aquí perdimos la ruta y tomamos la de Fuentes. Y ni siquiera lo echamos de ver hasta que habíamos llegado a ella; pero después nos alegramos


  1. Palabra portuguesa que significa venta, hospedería.—N. del T.