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cap.
darwin: viaje del «beagle»

Praya, en Santiago, isla principal del archipiélago de Cabo Verde. Los alrededores de Porto Praya, contemplados desde el mar, presentan desolado aspecto.

Las erupciones volcánicas de pasada edad y el ardiente fuego de un sol tropical han hecho que el suelo sea en muchos lugares inepto para la vegetación. El país se dispone en sucesivas mesetas escalonadas, salpicadas de algunas colinas cónicas truncadas, y el horizonte está limitado por una cadena irregular de montañas más altas. El paisaje, contemplado al través de la brumosa atmósfera de este clima, ofrece gran interés; si es que así puede apreciarlo quien, como yo, acababa de dejar el mar y paseaba por vez primera en una espesura de cocoteros, sin pensar en otra cosa que en mi propio bienestar. La isla, en general, podría considerarse como realmente sin interés; mas para el que sólo está acostumbrado a los paisajes ingleses la novedad de una tierra ostensiblemente estéril produce cierta impresión de grandeza, que una vegetación más abundante podría destruir. Había grandes extensiones de llanuras de lava, donde apenas podría descubrirse la menor brizna de hierba; sin embargo, rebaños de cabras y algunas vacas consiguen hallar sustento. Llueve muy rara vez; pero durante una parte del año llueve a torrentes, e inmediatamente después todas las quebradas se cubren de una ligera vegetación, que no tarda en marchitarse, formando una especie de forraje naturalmente preparado para servir de pasto a los animales. Por ahora no había llovido en un año entero. Cuando se descubrió la isla, los alrededores inmediatos de Porto Praya estaban cubiertos de arbolado [1], y su incesante destrucción ha producido aquí, como


  1. Hago esta afirmación fundándome en la autoridad del Dr. E. Dieffenbach, en la traducción alemana de la primera edición de este Diario.