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santa cruz, patagonia y las islas falkland

lo mismo cedía, dejando avanzar a la vaca. Era admirable contemplar la destreza con que el gaucho se movía ágilmente detrás de la bestia, hasta que al fin logró darle el corte fatal en el principal tendón de la pata trasera, después de lo que no tardó en clavarle el cuchillo en el comienzo de la medula espinal, cayendo la vaca desplomada, como herida por el rayo. Cortó varios trozos de carne, con piel y todo, pero sin hueso, en cantidad suficiente para nuestra expedición. Entonces marchamos a caballo al sitio en que habíamos de dormir, y tuvimos de cena «carne con cuero», esto es, carne asada con su piel. Es un bocado tan superior a la carne de vaca ordinaria como el venado lo es al cordero. Se puso encima de las brasas un gran trozo circular, sacado del cuarto trasero, con el pellejo hacia abajo en forma de plato, de suerte que no se perdió nada de la substancia. Si algún respetable regidor de Londres hubiera cenado con nosotros aquella noche «carne con cuero» indudablemente no hubiera tardado en celebrarse en Londres.

Durante la noche llovió, y el día siguiente (17) fué muy tempestuoso, con abundante nieve y granizo. Atravesamos la isla a caballo hasta llegar al istmo que une el Rincón del Toro (la gran península de la extremidad Sudoeste) con el resto de la isla. A causa del gran número de vacas sacrificadas, es grande la proporción de toros. Estos vagan de una punta a otra, ya solos, ya en grupos de dos o tres, y son muy salvajes. Nunca he visto animales de estampa tan soberbia: en el tamaño de sus enormes cabezas y cuellos igualaban a las mejores esculturas griegas de mármol. El capitán Sulivan me hace saber que la piel de un toro de tamaño medio pesa 47 libras, que es lo que se asigna en Montevideo a las mayores, aun estando menos secas. Los toros jóvenes huyen generalmente en un corto trecho; pero los viejos no se mueven un paso, como no sea para embestir al hombre y al caba-