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banda oriental y patagonia

ralmente fuera de nuestro alcance, determinan si una especie dada deberá ser numerosa o rara.

En los casos en que podemos atribuir al hombre la extinción de una especie, ya en general, ya en una región limitada, sabemos que esa especie se hace cada vez más rara, hasta que al fin se pierde; sería difícil señalar una distinción [1] precisa entre una especie destruída por el hombre o por el aumento de sus enemigos naturales. La evidencia de que la escasez precede a la extinción se ve patentemente en los estratos terciarios sucesivos, según han hecho notar varios observadores; a menudo se ha hallado que una concha muy abundante en un estrato terciario es ahora rarísima, y aun se la ha creído extinta por largo tiempo. Si, pues, como parece probable, la especie se hace rara primero y luego desaparece; si el aumento demasiado rápido de todas las especies, aun las más favorecidas, se halla constantemente reprimido, como es forzoso admitir, aunque sea difícil decir cuándo y cómo, y si vemos sin la menor sorpresa, aun siendo incapaces de señalar la razón precisa, que una especie abunda y otra muy afín es rara en la misma comarca, ¿por qué hemos de asombrarnos de que la escasez, llevada a un grado mayor, conduzca a la extinción? Cualquier influencia que se ejerza constantemente a nuestro alrededor, y que a pesar de ello sea apenas perceptible, podría muy bien intensificar sus efectos sin provocar nuestra observación. ¿Quién había de sorprenderse al oír que el Megalonyx era antiguamente raro en comparación con el Megatherium, o que alguno de los monos fósiles era muy escaso en número respecto de los que ahora viven? Y, no obstante, con esa relativa escasez tendríamos una prueba clarísima de las condiciones menos favorables para su existen-


  1. Véanse las excelentes observaciones de Mr. Lyell sobre este asunto, en sus Principles of Geology.