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cap.
darwin: viaje del «beagle»

ficie. Nuestro barco, que calaba unos tres metros, pasó por estos manchones sin alterarlos. Por tanto, hemos de suponer que algunos animales de los congregados alcanzaban una profundidad mayor que la del fondo del barco.

Cerca de Fernando Noronha el mar brillaba en relampagueos. El aspecto que ofrecía era muy semejante al que se produciría si un pez enorme se moviera rápidamente a través de un flúido luminoso. A esta causa lo atribuyeron los marinos; por entonces, sin embargo, tuve algunas dudas, a causa de la frecuencia y rapidez de los relampagueos. Ya dejo advertido que el fenómeno es mucho más común en los países cálidos que en los fríos, y a veces se me ha figurado que una alteración de las condiciones eléctricas de la atmósfera favorecía su producción. Ciertamente creo que el mar es más luminoso después de unos cuantos días de calma superior a la ordinaria, época en que suele abundar en diversas clases de animales. Observando que el agua cargada de partículas gelatinosas se halla en estado de impureza, y que las manifestaciones luminosas, en todos los casos comunes, se producen por la agitación del flúido en contacto con la atmósfera, me siento inclinado a considerar la fosforescencia como el resultado de la descomposición de las partículas orgánicas, proceso (casi me atrevería a llamarle respiración) por el que se purifica el océano.


23 de diciembre.—Hemos arribado a Puerto Deseado, situado a los 47° de latitud, en la costa de Patagonia. El abra penetra a unas 20 millas en el continente, con una anchura irregular. El Beagle ancló a pocas millas de la entrada, frente a las ruinas de un antiguo poblado español.

Aquella misma tarde salté a tierra. El primer desembarco en un país nuevo es muy interesante, y especialmente cuando, como en este caso, el aspecto del con-