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cap.
darwin: viaje del «beagle»

contra el pueblo. Un viajero no tiene otra defensa que sus armas de fuego, y el hábito constante de llevarlas es lo que impide la mayor frecuencia de los robos.

El carácter de las clases más elevadas e instruídas, que residen en las ciudades, participa, aunque tal vez en grado menor, de las buenas cualidades del gaucho; pero recelo que las acompañen con muchos vicios que el último no conoce. La sensualidad, la mofa de toda religión, y corrupciones de índoles diversas, no dejan de ser comunes.

Casi todos los funcionarios públicos son venales. El director de Correos vendía francos falsificados. El presidente mismo y su primer ministro se confabulaban para estafar al Estado. La justicia, cuando entra en juego el dinero, no puede esperarse de nadie. He conocido a un inglés que acudió a la primera autoridad judicial (según me contó, no conociendo entonces las costumbres del país, tembló al entrar en la sala) y le dijo: «Señor, he venido a ofrecer a usted 200 pesos (papel)—valor equivalente a 125 pesetas—si manda usted arrestar antes de tal tiempo a un hombre que me ha engañado. Fulano de Tal me ha recomendado dar este paso.» El juez sonrió asintiendo, le dió las gracias, y antes de anochecer, el hombre estaba en la cárcel. Con tan absoluta carencia de moralidad en los hombres directores, y con una infinidad de empleados turbulentos mal pagados, ¡todavía espera el pueblo en los buenos resultados de una forma democrática de gobierno!

Al ponerse por primera vez en contacto con la sociedad en estos países, dos o tres rasgos notables, por lo típicos, llaman la atención del observador: las maneras corteses y señoriales, que se hallan generalizadas entre la mayoría de los habitantes; el gusto excelente desplegado por las mujeres en el vestir, y la igualdad de trato en todas las clases. En el río