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cap.
darwin: viaje del «beagle»

Mr. T. Reeks, un 7 por 100 de materia animal, y cuando se los puso a la llama de una lámpara de alcohol ardían con llama pequeña. El número de restos enterrados en el gran depósito de estuario que forma las Pampas y cubre las rocas graníticas de Banda Oriental debe de ser extraordinariamente grande. Creo que si se tira una línea recta en cualquiera dirección a través de las Pampas, pasará sin duda por algún esqueleto o montón de huesos. Aparte de los que hallé en mis cortas excursiones, he oído hablar de muchos otros, y de nombres locales, como «El Arroyo de las Bestias», «La Montaña del Gigante», cuyo origen es obvio. En otras ocasiones me han contado que ciertos ríos tienen la maravillosa propiedad de aumentar el tamaño de los huesos, trocando los pequeños en grandes, o que los huesos mismos crecían, según aseguraban algunos. De lo que he podido averiguar resulta que ninguno de esos animales pereció, como se suponía antiguamente, en los pantanos o cauces cenagosos del terreno actual; antes bien, los huesos de sus esqueletos han sido puestos al descubierto por las corrientes que cortan los depósitos subácueos en que en un principio estuvieron enterrados. Podemos, pues, concluir que toda la extensión de las Pampas es una inmensa necrópolis de estos gigantescos cuadrúpedos extintos.

El 28, a eso del mediodía, llegamos a Montevideo, después de dos días y medio de camino. El terreno recorrido era de un carácter muy uniforme, y algunas partes parecían más rocosas y montuosas que las inmediaciones de La Plata. No lejos de Montevideo pasamos por la aldea de Las Piedras, así llamada por algunas grandes masas redondas de sienita. Su aspecto no dejaba de ser bonito. En este país, unas cuantas higueras alrededor de un grupo de casas y una posición elevada 30 metros sobre el nivel general debe calificarse de pintoresca.