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cap.
darwin: viaje del «beagle»

21 de noviembre.—Partimos al salir el sol, y cabalgamos despacio durante el día entero. La naturaleza geológica de esta parte de la provincia se diferenciaba del resto de la misma, acercándose mucho a la de Las Pampas. Por lo tanto, había inmensos macizos de plantas espinosas, así como de cardos; realmente, todo el país puede llamarse un gran criadero de esas especies vegetales. Las dos clases de cardos crecen separadamente, cada una con sus similares. El cardo es tan alto como el lomo de un caballo; pero el de las Pampas sobresale a menudo por encima de la cabeza del jinete. Apartarse del camino un metro es cosa en que no cabe pensar, y aun el mismo camino está en parte, y a veces totalmente, cerrado. Los pastos, como es natural, faltan en absoluto; si las reses y caballos se internan en tales espesuras, por el momento hay que considerarlos como completamente perdidos. De ahí que resulte peligrosa la conducción del ganado en esta parte del año, pues cuando las bestias, bastante cansadas, se encuentran ante estos macizos de plantas, se precipitan en ellos y no se las vuelve a ver. En estas regiones hay muy pocas estancias, y las que hay están situadas en las cercanías de valles húmedos, donde, por fortuna, no pueden vegetar esas terribles plantas. Habiendo anochecido antes de llegar al término de nuestro viaje, dormimos en una miserable chocita, habitada por gente sumamente pobre. La extremada y a la vez harto sincera cortesía de nuestro huésped y huéspeda, teniendo en cuenta su nivel de fortuna, era extremadamente deliciosa.


22 de noviembre.—Hemos llegado a una estancia sobre el Berquelo, perteneciente a un inglés muy hospitalario, para quien tenía una carta de recomendación de mi amigo Mr. Lumb. Aquí me detuve tres días. Una mañana salí a caballo con mi patrón hasta la Sie-