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cap.
darwin: viaje del «beagle»

17 de noviembre.—Hemos cruzado el Rosario, río profundo y rápido, y después de pasar la aldea de Colla llegamos, al mediodía, a Colonia del Sacramento. La distancia es de 20 leguas por un país cubierto de hermosa hierba, pero escaso de ganado y habitantes. Me invitaron a dormir en Colonia y acompañar al día siguiente a un señor que iba a su estancia, donde había unas rocas calizas. La ciudad está edificada sobre un promontorio pétreo, de un modo análogo a lo que sucede en Montevideo. Tiene sólidas fortificaciones; pero tanto éstas como la ciudad sufrieron mucho en la guerra con el Brasil. Es muy antigua, y la irregularidad de sus calles, así como los bosques circundantes, de añosos naranjos y melocotoneros, le dan un lindo aspecto. La iglesia es una curiosa ruina; sirvió de polvorín, y en una de las incontables tempestades del Plata la alcanzó un rayo. Dos terceras partes del edificio fueron voladas hasta los cimientos, y el resto permanece como un curioso monumento del poder del rayo y de la pólvora unidos. Por la tarde di una vuelta visitando las murallas, medio demolidas, de la ciudad. Fué el centro principal de la guerra brasileña, que causó grandísimos daños a este país, no tanto en sus efectos inmediatos como por haber producido una muchedumbre de generales y otros oficiales de ejército. En las provincias unidas de la Plata hay más generales (sin paga) que en el Reino Unido de la Gran Bretaña. Estos caballeros, después de aficionarse al mando, no ven con malos ojos que de cuando en cuando se armen algunas montoneras. De aquí que haya siempre muchas personas interesadas en crear disturbios y derribar al Gobierno, que hasta ahora ha carecido de estabilidad. Sin embargo, tanto aquí como en otras partes, advertí que era muy general el interés despertado por las elecciones presidenciales, lo cual es un buen síntoma para la prosperidad de este pequeño país. Los habitantes no exi-