CAPITULO VIII
Habiéndome visto forzado a detenerme cerca de quince días en la ciudad, me alegré de poder escapar a bordo de un paquebote que iba destinado a Montevideo. Una ciudad en estado de sitio no puede menos de ser un lugar de residencia desagradable; pero en este caso se vivía además en continua alarma a causa de los ladrones que había dentro. Los centinelas eran los peores de todos, pues por razón de su oficio y llevar armas en la mano, robaban con cierta autoridad, que los demás no podían imitar.
Tuvimos una travesía muy larga y molesta. El Plata parece un magnífico estuario en el mapa, pero en realidad no lo es tanto. Una anchurosa extensión de agua cenagosa no tiene ni grandiosidad ni belleza. En ciertas horas del día pueden distinguirse desde el puente las dos orillas, ambas extremadamente bajas. Al llegar a Montevideo supe que el Beagle no zarparía por algún