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de buenos aires a santa fe

la grandeza que uno imaginaría poseen las vastas llanuras.


1 de octubre.—Hemos partido a la luz de la Luna y llegado al río Tercero con la salida del So!. Dicho río lleva también el nombre de Saladillo, por lo salobre de sus aguas. Me detuve aquí la mayor parte del día para buscar huesos fósiles. Además de un diente completo del Toxodon y muchos huesos esparcidos aquí y allá, encontré dos enormes esqueletos muy próximos, que se proyectaban en atrevido relieve, saliendo del tajo perpendicular del Paraná. Sin embargo, estaban tan podridos que sólo me fué posible extraer pequeños fragmentos de uno de los grandes molares; bastan, a pesar de todo, para demostrar que los restos mencionados pertenecieron a un mastodonte, probablemente de la misma especie que el que en época remota hubo de habitar en gran número la Cordillera en el Alto Perú. Los hombres que me llevaron en la canoa tenían noticia de estos esqueletos largo tiempo hacía, según me contaron, añadiendo que, como no acertaban a explicarse la presencia de los mismos en aquel sitio, se echaron a discurrir alguna suposición, y concluyeron como cosa probable que el mastodonte ¡debió de fabricarse sus madrigueras, como la vizcacha, y que hubo de perecer sepultado en sus guaridas! Por la tarde recorrimos a caballo otro trecho y cruzamos el Monje, corriente también salobre, que acarrea aluviones del lavado de las Pampas.


2 de octubre.—Hemos pasado por Corunda, que, merced a la frondosidad de sus jardines, es una de las poblaciones más bonitas que he visto. Desde este punto a Santa Fe el camino no es muy seguro. La ribera occidental del Paraná, hacia el Norte, deja de estar habitada, y de esa parte salen a veces indios y