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de bahía blanca a buenos aires

lado; la corriente era profunda y tenía unos 40 metros de ancha; en verano, sin embargo, el cauce queda poco menos que seco, y la escasa agua restante es tan salada como la del mar. Dormimos en una de las grandes estancias del general Rosas. Estaba fortificada y era tan extensa, que me hizo creer, en medio de la obscuridad reinante, que era una ciudad protegida por una fortaleza. Por la mañana vi inmensos rebaños de ganado, pues el general tenía aquí 74 leguas cuadradas de terreno. En otro tiempo había en esta posesión unos 300 guardas y capataces, que bien organizados hacían frente a todos los ataques de los indios.


19 de septiembre.—Hemos dejado atrás Guardia del Monte, linda población de caserío disperso, con numerosos jardines llenos de melocotoneros y membrilleros. La llanura aquí se parecía a la que rodea a Buenos Aires, tapizada de menudo césped con rodales de trébol y cardos y madrigueras de vizcachas. Sorprendióme mucho el notable cambio que presentaba el aspecto del país después de cruzar el Salado. De una hierba basta se pasa a una alfombra de hermoso verdor. En un principio lo atribuía al cambio de la naturaleza del suelo, pero los habitantes me aseguraron que aquí, como en Banda Oriental, donde hay una gran diferencia entre el país que rodea a Montevideo y las sabanas muy poco pobladas de Colonia, la causa de tal diferencia estaba en el abono y pastoreo del ganado. Exactamente el mismo hecho ha sido observado en las praderas [1] de Norteamérica, donde la hierba loca, de metro y medio a dos metros de alta, después de pastada por el ganado se convierte en el país de los grandes pastos. No poseo bastantes conocimientos en Botánica para decir si el cambio de esta región se debe


  1. Véase la relación de Mr. Atwater acerca de las Praderas en el N. A. Journal, de Silliman, vol. I, pág. 117.