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de bahía blanca a buenos aires

de mi llegada, trajo siete más. Ahora bien: estoy cierto de que un hombre sin perros difícilmente podría matar siete ciervos en una semana. Los demás individuos de la posta aseguraron que habían visto unos 15 avestruces muertos (y de ellos comimos uno en parte), añadiendo que otros varios corrían con evidentes señales de estar tuertos. El pedrisco mató además muchas aves más pequeñas, como patos, halcones y perdices. Vi una de éstas con una señal amoratada en el lomo, como si le hubieran dado una pedrada con un guijarro gordo. Una cerca de cañas de cardo que rodeaba al rancho quedó casi deshecha, y el que me dió estas noticias llevaba una venda por haber recibido una herida considerable en el momento de asomarse para ver lo que pasaba. La tempestad, según me dijo, había abarcado un área limitada, y, realmente, desde el sitio donde vivaqueamos la última noche vimos una espesa nube y relámpagos en esa dirección. Es maravilloso cómo las piedras pudieran matar animales tan fuertes como el ciervo; pero, por los testimonios y pruebas presentadas, estoy cierto de que la relación no es exagerada en lo más mínimo. Con todo ello, me complazco en aducir, en confirmación de lo dicho, la autoridad del jesuíta Drobrizhoffer [1], quien, hablando de una comarca mucho más al Norte, dice que cayeron en una ocasión piedras de enorme tamaño y mataron gran número de vacas y caballos; los indios llaman al lugar de referencia Lalegraicavalca, nombre que significa «los pequeños objetos blancos». El doctor Malcolmson, por su parte, me hace saber que él mismo presenció en la India, en 1831, un pedrisco que mató muchas aves grandes y causó estragos en el ganado mayor. En este caso las piedras eran aplanadas, habiendo una de 25 centímetros de circunferencia y otra que pesó 56 gramos y medio. Abrieron hoyos de


  1. Drobrizhoffer, History of the Abipones, vol. II, pág. 6.