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cap.
darwin: viaje del «beagle»

simo, no sólo por haberme dado de comer, sino también por haberme prestado sus propios caballos; y, por tanto, quería corresponderle con alguna remuneración. Pregunté a mi guía si estaría bien que lo hiciera, pero me respondió que no, añadiendo que probablemente mi oferta sería rechazada con estas palabras: «En nuestro país tenemos carne para los perros, y por consiguiente no se la regateamos a ningún cristiano.» No debe suponerse que la categoría de teniente en un ejército de tal índole fuera causa de negarse a aceptar el pago; lo hubiera hecho así movido sólo por un sentimiento de generosa hospitalidad, que todo viajero ha de reconocer en todas estas provincias, donde dicho sentimiento se halla extendido universalmente. Después de galopar algunas leguas llegamos a una región baja y pantanosa, que se extiende, próximamente unos 128 kilómetros hacía el Norte, hasta la Sierra Tapalguen. En algunas partes hay hermosas llanuras húmedas, cubiertas de hierba, mientras otras tienen un suelo negro y turboso. También se encuentran numerosos lagos, tan anchurosos como poco profundos, y grandes cañares. El país, en general, se parece a las mejores partes del condado de Cambridge. Por la noche tuvimos algunas dificultades en hallar entre los pantanos un sitio seco para vivaquear.


15 de septiembre.—Madrugamos mucho al día siguiente, y poco después pasamos por la posta donde los indios habían asesinado a cinco soldados. El oficial tenía en su cuerpo 18 heridas de chuzo. Hacia el mediodía, tras un violento galope, llegamos a la quinta posta, y a causa de cierta dificultad en procurarnos caballos nos detuvimos allí toda la noche. Como este punto era el más expuesto de toda la línea, había estacionados allí 21 soldados; al ponerse el Sol volvieron de cazar, trayendo consigo tres avestruces, siete ciervos y muchos armadillos y perdices. Cuando se