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cap.
darwin: viaje del «beagle»

mos creer que las indentaciones y formas melladas del duro cuarzo muestran todavía los efectos del oleaje de un océano libre. Quedé, en definitiva, desencantado con esta ascensión. Hasta el panorama era insignificante: una llanura como el mar, pero sin su bello color y contornos definidos. Sin embargo, para mi fué un espectáculo nuevo, y con un poco de peligro para darle saborcete, como la sal a la carne. De que ese peligro era muy escaso no había duda, pues mis dos compañeros hicieron una buena hoguera, cosa en que jamás se piensa si se sospecha que los indios están próximos. Llegué al sitio en que habíamos de vivaquear al ponerse el Sol, y luego de beber mate y fumar varios cigarrillos [1] me preparé la cama para pasar la noche. El viento era muy fuerte y frío, pero nunca dormí más a gusto.


10 de septiembre.—Por la mañana, tras una buena corrida viento en popa, llegamos al mediodía a la posta del Sauce. En el camino vi gran número de ciervos, y cerca de la montaña un guanaco. La llanura, que termina al pie mismo de la sierra, está atravesada por algunos barrancos curiosos, uno de los cuales tenía cerca de seis metros de ancho y más de nueve de hondo. A consecuencia de ello nos vimos precisados a dar un gran rodeo antes de hallar paso. Durante la noche nos quedamos en la posta, y la conversación, como de ordinario, versó acerca de los indios. Sierra Ventana fué en otro tiempo un gran lugar de refugio, y hace tres o cuatro años hubo allí muchas refriegas. Mi guía se halló presente a una en que murieron muchos indios; las mujeres escaparon a la cumbre de la montaña y pelearon desesperadamente arrojando grandes piedras, con lo que lograron salvarse no pocas.


  1. Cigaritos en el original.