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bahía blanca

a este reptil sacudía la cola, y las vibraciones eran extremadamente rápidas. Aun después de muerto, mientras el cuerpo conservó su irritabilidad, se manifestó cierta propensión a este movimiento habitual. Así, pues, el Trigonocephalus de que hablo tiene en varios respectos la estructura de una víbora con hábitos de culebra de cascabel, sólo que el ruido se produce con un mecanismo más sencillo. La expresión de la cara de esta culebra era horrible y feroz; la pupila consistía en una hendedura vertical sobre un iris moteado y cobrizo; las mandíbulas eran anchas en la base, y la nariz acababa en una proyección triangular. No creo haber visto jamás nada más horrible, exceptuando quizá algunos vampiros. Imagino que este repulsivo aspecto se debe a que los rasgos están colocados en posiciones, unos respecto de otros, semejantes a los de la cara humana, y así resulta cierta escala de repugnante deformidad.

Entre los reptiles batracios hallé solamente un pequeño sapo (Phryniscus nigricans), que, a causa de su color, presentaba un aspecto singularísimo. Si supusiéramos que primero se le había sumergido en tinta negrísima, y que después de seco se le había dejado arrastrarse por una tabla recién pintada del más vivo color bermellón, de modo que tomaran este color las caras inferiores de los pies y partes del vientre, llegaríamos a formar una buena idea de su aspecto. A ser una especie innominada, seguramente debería habérsele llamado Diaboucus, por ser el sapo infernal más a propósito para predicar en voz baja junto al oído de Eva. En vez de ser nocturno en sus hábitos, como otros de su especie, y de vivir en sitios retirados, húmedos y obscuros, se arrastra durante las horas más calurosas del día por secos montículos de arena y llanuras arenosas donde no puede hallarse una gota de agua. Por fuerza debe de recibir del rocío la humedad que necesita para vivir, y probablemente