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cap.
darwin: viaje del «beagle»

gún tiempo, y al cabo prorrumpió en una carcajada, «¡Mujeres!» [1]. Las conocía: eran la esposa y la cuñada del hijo del comandante del fuerte, que andaban buscando huevos de avestruz. He descrito la conducta de este hombre con todos los pormenores porque obró bajo la impresión plena de que eran indios enemigos. Sin embargo, en cuanto se dió cuenta de su absurda equivocación me expuso un centenar de razones por las cuales no podían ser indios; pero todas ellas se le pasaron por alto en el momento oportuno. Después de esto seguimos marchando, al paso y con toda tranquilidad, hacia un pico de escasa elevación, llamado Punta Alta, desde donde podíamos ver casi todo el puerto de Bahía Blanca.

La dilatada extensión de agua se halla interrumpida por numerosos y grandes bancos de cieno, llamados en el país cangrejales, a causa de la extraordinaria abundancia de estos pequeños crustáceos. El cieno es tan blando que no se puede andar por él ni el menor trecho. Muchos de los bancos se hallan cubiertos de largos juncos, cuyas puntas son las únicas partes visibles durante la pleamar. En una ocasión, yendo en un bote, me enredé de tal modo en esos bajíos, que a duras penas hallé manera de salir. No se veía nada mas que los lechos de lodo; el día no era claro y había una gran refracción, o, como decían los marinos, «las cosas parecían altas». El horizonte se presentaba como desnivelado; los juncales parecían arbustos colgados en el aire; el agua tomaba el aspecto de bancos de cieno y éstos semejaban agua.

Pasamos la noche en Punta Alta, y me ocupé en buscar huesos fósiles; el sitio me invitaba a ello, pues este punto es una perfecta catacumba de monstruos de razas extintas. La noche era serena y clara, y la extremada monotonía del paisaje le hacía interesante


  1. En español en el original.