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cap.
darwin: viaje del «beagle»

hubiera hallado ni una gota de agua. La faja de dunas arenosas tiene una anchura aproximada de 13 kilómetros; en algún período anterior formó probablemente la margen de un gran estuario, donde ahora corre el Colorado. Hipótesis es esta que apenas podrá desdeñar quienquiera que observe las patentes pruebas de elevación reciente presentadas por el terreno de esta parte de la Argentina, aunque sólo se fije en la geografía física del país. Tras cruzar la extensión arenosa, llegamos ya tarde a una de las postas, y como los caballos de refresco estaban pastando a cierta distancia, resolvimos pasar allí la noche.

La casa estaba situada al pie de un cerro de 30 a 60 metros de alto, el rasgo más notable de este país. Esta posta tenía por jefe a un teniente negro nacido en Africa, y en su elogio debo decir que no había un rancho entre el Colorado y Buenos Aires que se acercara a éste en orden y limpieza. Allí encontramos un cuartito para los forasteros que llegaran y un pequeño corral para los caballos, y ambos locales estaban hechos de palos y cañas; además se había cavado un foso o zanja alrededor de la casa, como defensa para el caso de ser atacada. Sin embargo, a haberse presentado indios de poco le hubiera servido; pero la principal seguridad del negro parecía fundarse en la resolución de vender cara su vida. Poco tiempo antes un cuerpo de indios habían pasado de noche no lejos de este sitio; si hubieran tenido noticia de la posta, mi amigo el negro y sus cuatro soldados habrían sucumbido a su furor. En ninguna otra parte encontré un hombre más atento y cortés que este negro; por lo mismo, sentí vivamente ver que no se sentaba ni comía con nosotros.

A la mañana siguiente enviamos por los caballos muy temprano y emprendimos otro alegre galope. Dejamos atrás Cabeza de Buey, antiguo nombre dado al trozo primero de un gran pantano que se extiende