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de río negro a bahía blanca

hombres eran de elevada talla y bien formados; pero posteriormente descubrí sin esfuerzo en el salvaje de la Tierra del Fuego el mismo repugnante aspecto, procedente de la mala alimentación, el frío y la ausencia de cultura.

Algunos autores, al definir las razas primarias de la Humanidad, han dividido a estos indios en dos clases; pero ello es ciertamente incorrecto. Entre las indias jóvenes, o chinas, las hay que merecen el dictado de hermosas. Su cabello era crespo, pero negro y lustroso, y lo llevaban tejido en dos trenzas que les llegaban a la cintura. En su rostro, de subido color, relucían ojos expresivos; las piernas, pies y brazos eran pequeños y elegantes, y adornaban sus tobillos, y a veces la cintura, con anchos brazaletes de cuentas azules. Algunos grupos de familias eran interesantísimos. Una madre con una o dos hijas accedió a venir frecuentemente a nuestro rancho, y lo hizo montando siempre el mismo caballo. Las mujeres cabalgan como los hombres, pero con las rodillas más recogidas y altas. Esta costumbre quizá proviene de estar acostumbradas en sus viajes a cabalgar en caballos cargados. Las mujeres son las que tienen obligación de efectuar todos los trabajos de transporte; a ellas les incumbe también el preparar las tiendas para la noche, y, en suma, como las de todas las tribus salvajes, su condición es la de esclavas. Los hombres pelean, cazan, cuidan de los caballos y hacen aparejos de montar. Una de sus principales ocupaciones cuando están en sus viviendas consiste en golpear dos piedras una contra otra hasta redondearlas, a fin de hacer con ellas las bolas. Con este arma importante el indio se apodera de las piezas de caza y se provee de caballo, tomando cualquiera de los que vagan libres por el llano. Al pelear, su primer intento se dirige a derribar la cabalgadura de su adversario con las bolas, y cuando lo ve embarazado con la caída le da muerte con el chuzo. Si las bolas se enredan sólo en el