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de río negro a bahía blanca

do que eran considerablemente más abundantes que al presente. Donde la vizcacha vive y hace sus madrigueras, el agutí las utiliza; pero donde no hay vizcachas, como en Bahía Blanca, el agutí se las cava él mismo. Lo mismo sucede con el pequeño autillo de las Pampas (Athene cunicularia), al que tantas veces se ha descrito presentándole como habitador de la boca de las madrigueras, donde parece estar de centinela, porque en la Banda Oriental, a causa de la ausencia de la vizcacha, se ve forzado a prepararse él mismo su habitación.

A la mañana siguiente, conforme nos aproximábamos al río Colorado, cambió el aspecto del país; pronto llegamos a una llanura cubierta de césped, que por sus flores, alto trébol y pequeños buhos se parecía a las Pampas. Pasamos también por un pantano cenagoso de considerable extensión, que en verano se seca y se cubre de una costra de sales varias, por lo que se le llama salitral. Estaba lleno de plantas enanas y crasas como las que crecen en la costa. El Colorado, en el paso por donde le cruzamos, mide solamente unos 60 metros de ancho, próximamente la mitad del que tiene en general. Su curso es muy tortuoso, estando marcado por sauces y espesuras de cañas; la distancia en línea recta hasta la desembocadura del río es, según se dice, de nueve leguas; pero 25 por el agua. Al cruzarle en la canoa nos vimos detenidos por inmensas yeguadas, que pasaban nadando para seguir detrás de una división de tropas que se hallaba en el interior. Nunca he contemplado un espectáculo tan original como el que presentaban cientos y cientos de cabezas todas en la misma dirección, con las orejas erguidas y las fosas nasales dilatadas, dando resoplidos y apareciendo a flor de agua como un banco de extraños animales anfibios. Las tropas de operaciones no comen mas que carne de yegua. Esto les da una gran facilidad de movimientos,