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del material mencionado y a 1.800 metros de una cadena de cerros de 120 a 150 metros de altura. La circunstancia más singular, a mi parecer, tanto en este caso como en el de Drigg y en otro descrito por míster Ribbentrop, en Alemania, está en el número de tubos hallados dentro de tan escaso terreno. En Drigg se observaron tres en un área de 15 metros y el mismo número se halló en Alemania. En el caso que he descrito había seguramente más de cuatro en una superficie rectangular de 60 metros por 20. Como no parece probable que los tubos se formaran por descargas distintas y sucesivas, hemos de creer que el rayo, poco antes de infiltrarse en la tierra, se divide él mismo en ramas separadas.

Las cercanías del río de la Plata parecen estar expuestas de un modo especial a los efectos de la electricidad atmosférica. En el año 1793 [1] descargó en Buenos Aires una de las tempestades más destructoras que se recuerdan en la ciudad: cayeron 37 exhalaciones y perecieron 19 personas fulminadas. Por los hechos que hallo referidos en varios libros de viajes me inclino a sospechar que las tempestades son muy frecuentes cerca de las desembocaduras de los grandes ríos. ¿No podría suceder que la mezcla de considerables masas de agua dulce y salada contribuya a perturbar el equilibrio eléctrico? Sólo en las visitas de ocasión que he hecho a esta parte de Sudamérica tuve noticia de haber caído chispas eléctricas en un barco, dos iglesias y una casa. La casa y una de las iglesias las vi poco después; la primera pertenecía a Mr. Hood, cónsul general inglés en Montevideo. Algunos de los efectos causados por el rayo eran curiosos: el papel estaba ennegrecido a ambos lados de la línea recorrida por los alambres del timbre en una distancia de más de dos decímetros. El metal se había fundido, y


  1. Viaje, de Azara, vol. I, pág. 36.