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cap.
darwin: viaje del «beagle»

ra estúpidos en no hacer la menor diligencia para escapar, y cuando se los irrita o asusta profieren su tucutuco. De los que conservé vivos, algunos se hicieron enteramente mansos desde el primer día, de modo que no intentaron ni morder ni correr; pero otros eran algo más salvajes.

El hombre que los cogió me dijo que se encontraban muchos ciegos. Así estaba un ejemplar que conservé en alcohol; Mr. Reid lo cree efecto de la inflamación de la membrana nictitante. Cuando el animal estaba vivo puse el dedo a la distancia de centímetro y medio de su cabeza, y no dió la menor señal de enterarse; sin embargo, andaba por el cuarto casi tan bien como los otros. Si se atiende a las costumbres estrictamente subterráneas del tucutuco, la ceguera, aunque tan común, no debe considerarse como un mal grave; pero parece extraño que haya animales con un órgano tan frecuentemente expuesto a ser dañado. Si Lamarck hubiera conocido este hecho se habría alegrado, citándolo en sus hipótesis [1] (tal vez más fundadas de lo en él acostumbrado) sobre la ceguera gradualmente adquirida por el Aspalax, roedor que vive bajo tierra, y del Proteus, reptil que habita en obscuras cavernas llenas de agua; en estos dos anímales el ojo se halla en estado casi rudimentario y cubierto por una membrana tendinosa y piel. En el topo común el ojo es extraordinariamente pequeño, pero perfecto, si bien muchos anatómicos dudan que esté relacionado con el verdadero nervio óptico; su visión debe ser, sin duda, imperfecta, pero probablemente útil al animal cuando deja su madriguera. En el tucutuco, que, según creo, no sale nunca a la superficie de la tierra, el ojo es algo mayor, pero a menudo se ha vuelto ciego e inútil, aunque, al parecer, sin gran perjuicio del animal. A no dudarlo, Lamarck habría dicho que el


  1. Philosoph. Zoolog., tomo I, pág. 242.