Pero tales diferencias -que mucho se mitigan al compararlas con el Producto Nacional del mundo industrializado- no marginan a Latinoamérica del vasto sector postergado y explotado de la humanidad.
Ya el Consenso de Viña del Mar, en 1969, afirmó esas coincidencias y tipificó, precisó y cuantificó el atraso económico y social de la región y los factores externos que lo determinan, destacando las enormes injusticias cometidas en su contra, bajo el disfraz de cooperación y ayuda, porque en América Latina, grandes ciudades que muchos admiran, ocultan el drama de cientos de miles de seres que viven en poblaciones marginales, producto de un pavoroso desempleo y subempleo: esconden las desigualdades profundas entre pequeños grupos privilegiados y las grandes masas, cuyos índices de nutrición y de salud no superan a los de Asia y Africa, que casi no tienen acceso a la cultura.
Es fácil comprender por qué nuestro Continente Latinoamericano registra una alta mortalidad infantil y un bajo promedio de vida, si se tiene presente que en él faltan veintiocho millones de viviendas, el cincuenta y seis por ciento de su población está subalimentada, hay más de cien millones de analfabetos y semianalfabetos, trece millones de cesantes y más de cincuenta millones con trabajos ocasionales. Más de veinte millones de latinoamericanos no conocen la moneda, ni siquiera como medio de intercambio.
Ningún régimen, ningún Gobierno, ha sido capaz de resolver los grandes déficit de vivienda, trabajo, alimentación y salud. Por el contrario, estos se acrecientan año a año con el aumento vegetativo de la población. De continuar esta situación ¿Qué ocurrirá cuando seamos más de seiscientos millones de habitantes a fines de siglo?
No siempre se percibe que el subcontinente latinoamericano, cuyas riquezas potenciales son enormes, ha llegado a ser el principal campo de acción del imperialismo económico en los últimos treinta años. Datos recientes del Fondo Monetario Internacional nos informan que la cuenta de inversiones privadas de los países desarrollados en América Latina arrojó un déficit en contra de ésta de diez mil millones de dólares entre 1960 y 1970. En una palabra, esta suma constituye un aporte neto de capitales de esta región al mundo opulento, en diez años.