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Novelas ejemplares.

caramuzales; viéronle los turcos, y salieron de donde estaban, haciendo señas al bajel que estaba cerca de tierra, tanto que conoció ser turcos los que los llamaban: ellos contaron sus desgracias, y los moros los recibieron en su bajel, en el cual venia un judío, riquísimo mercader, que toda la mercancía del bajel ó la mas era suya; era de barraganes y alquiceles, y de otras cosas que de Berbería se llevan á Levante, en que ordinariamente tratan los judíos: en el mismo bajel los turcos se fueron á Tripol, y en el camino me vendieron al judío que dió por mí dos mil doblas, precio escesivo, si no le hiciera liberal el amor que el judío me descubrió: dejando pues los turcos en Tripol, tornó el bajel á hacer su viaje, y el judío dió en solicitarme descaradamente: yo le hice la cara que merecian sus torpes deseos: viéndose pues desesperado de alcanzarlos, determinó de deshacerse de mí en la primera ocasion que se le ofreciese; y sabiendo que los dos bajáes Alí y Hazan, estaban en aquella isla, donde podia vender su mercaduría tan bien como en Xio, en quien pensaba venderla, se vino aquí con intencion de venderme á alguno de los bajáes, y por eso me vistió de la manera que ahora me ves, por aficionarles la voluntad á que me comprasen: he sabido que me ha comprado este cadí para llevarme á presentar al Gran Turco, de que estoy no poco temerosa: aquí he sabido de tu fingida muerte, y séte decir, si lo quieres creer, que me pesó en el alma, y que te tuve mas envidia que lástima, y no por quererte mal, que ya que soy desamorada, no soy ingrata ni desconocida, sino porque habias acabado con la tragedia de tu vida. No dices mal, señora, respondió Ricardo, si la muerte no me hubiera estorbado el bien de volver á verte; que ahora en mas estimo este instante de gloria que gozo en mirarte, que otra ventura, como no fuera la eterna, que en la vida ó en la muerte pudiera asegurarme mi deseo: el que tiene mi amo el cadí, á cuyo poder he venido por no ménos varios accidentes que los tuyos, es el mismo para contigo que para conmigo lo es el de Halima: háme puesto á mí por intérprete de sus pensamientos, acepté la empresa no por darle gusto, sino por el que granjeaba en la comodidad de hablarte; porque veas, Leonisa, el término á que nuestras desgracias nos han traido, á tí á ser medianera de un imposible que en lo que me pides conoces: á mí á serlo tambien de la cosa que ménos pensé, y de la que daré por no alcanzarla la vida, que ahora estimo en lo que vale la alta ventura de verte. No sé qué te diga, Ricardo, replicó Leonisa, ni qué salida se tome al laberinto donde, como dices, nuestra corta ventura nos tiene puestos: solo sé decir que es menester usar en esto lo que de nuestra condicion no se puede esperar, que es el fingimiento y engaño, y así