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El amante liberal.

Mario dentro de casa todas las veces que él quisiere, y diré á Leonisa que bien podrá hablar con su paisano cuando le diere gusto: desta manera comenzó á volver el viento de la ventura de Ricardo, soplando en su favor, sin saber lo que hacian sus mismos amos. Tomando pues entre los tres este apuntamiento, quien primero le puso en plática fué Halima, bien así como mujer, cuya naturaleza es fácil y arrojadiza para todo aquello que es de su gusto. Aquel mismo dia dijo el cadí á Halima que cuando quisiese podria irse á casa de sus padres á holgarse con ellos los dias que gustase; pero como ella estaba alborozada con las esperanzas que Leonisa le habia dado, no solo no se fuera á casa de sus padres, sino al fingido paraíso de Mahoma no quisiera irse; y así le respondió que por entónces no tenia tal voluntad, y que cuando ella la tuviese lo diria, mas que habia de llevar consigo á la cautiva cristiana. Eso no, replicó el cadí, que no es bien que la prenda del Gran Señor sea vista de nadie, y mas que se le ha de quitar que converse con cristianos, pues sabeis que en llegando á poder del Gran Señor la han de encerrar en el serrallo y volverla turca, quiera ó no quiera. Como ella ande conmigo, replicó Halima, no importa que esté en casa de mis padres, ni que comunique con ellos, que mas comunico yo, y no dejo por eso de ser buena turca; y mas que lo mas que pienso estar en su casa serán hasta cuatro ó cinco dias, porque el amor que os tengo no me dará licencia para estar tanto ausente y sin veros. No la quiso replicar el cadí por no darle ocasion de engendrar alguna sospecha de su intencion. Llegóse en esto el viernes, y él se fué á la mezquita, de la cual no podia salir en casi cuatro horas; y apénas le vió Halima apartado de los umbrales de casa, cuando mandó llamar á Mario; mas no le dejara entrar un cristiano corso que servia de portero en la puerta del patio, si Halima no le diera voces que le dejase, y así entró confuso y temblando como si fuera á pelear con un ejército de enemigos.

Estaba Leonisa del mismo modo y traje que cuando entró en la tienda del bajá, sentada al pié de una escalera grande de mármol, que á los corredores subia: tenia la cabeza inclinada sobre la palma de la mano derecha y el brazo sobre las rodillas, los ojos á la parte contraria de la puerta por donde entró Mario, de manera que aunque él iba hácia la parte donde ella estaba, ella no le veia. Así como entró Ricardo, paseó toda la casa con los ojos, y no vió en toda ella sino un mudo y sosegado silencio, hasta que paró la vista donde Leonisa estaba: en un instante al enamorado Ricardo le sobrevinieron tantos pensamientos, que le suspendieron y alegraron, considerándose veinte pasos á su parecer,