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El amante liberal.

esos versos ó coplas, ó como tú los llamas, que despues de oirlos hablaremos en otras cosas que sean de mas gusto, y aun quizá de mas provecho. En buen hora, dijo Ricardo, y vuélvote á advertir que los cinco versos dijo el uno, y los otros cinco el otro, todos de improviso, y son estos:

Como cuando el sol asoma
Por una montaña baja,
Y de súbito nos toma
Y con su vista nos doma
Nuestra vista y la relaja:

Como la piedra balaja
Que no consiente carcoma,
Tal es el tu rostro, Aja,
Dura lanza de Mahoma,
Que las mis entrañas raja.

Bien me suenan al oido, dijo Mahamut, y mejor me suena y me parece que estés para decir versos, Ricardo, porque el decirlos ó el hacerlos requiere ánimos desapasionados: tambien se suelen, respondió Ricardo, llorar endechas, como cantar himnos, y todo es decir versos; pero dejando esto aparte, díme qué piensas hacer en nuestro negocio, que puesto que no entendí lo que los bajáes trataron en la tienda, en tanto que tú llevaste á Leonisa, me lo contó un renegado de mi amo, veneciano, que se halló presente, y entiende bien la lengua turquesca: y lo que es menester ante todas cosas es buscar traza cómo Leonisa no vaya á mano del Gran Señor. Lo primero que se ha de hacer, respondió Mahamut, es que tú vengas á poder de mi amo, que esto hecho, despues nos aconsejaremos en lo que mas nos conviniere: en esto vino el guardian de los cautivos cristianos de Hazan, y llevó consigo á Ricardo: el cadí volvió á la ciudad con Hazan, que en breIves dias hizo la residencia de Alí, y se la dió cerrada y sellada, para que se fuese á Constantinopla: él se fué luego, dejando muy encargado al cadí, que con brevedad enviase la cautiva, escribiendo al Gran Señor de modo que le aprovechase para sus pretensiones. Prometióselo el cadí con traidoras entrañas, porque las tenia hechas ceniza por la cautiva: ido Alí lleno de falsas esperanzas, y quedando Hazan no vacío dellas, Mahamut hizo de modo que Ricardo vino á poder de su amo: íbanse los dias, y el deseo de ver á Leonisa apretaba tanto á Ricardo, que no alcanzaba un punto de sosiego; mudóse Ricardo el nombre en el de Mario, porque no llegase el suyo á oidos de Leonisa ántes que él la viese, y el verla era muy dificultoso á causa que los moros son en estremo celosos, y encubren de todos los hombres los rostros de sus mujeres, puesto que en mostrarse ellas á los cristianos no se les hace de mal, quizá debe de ser que por ser cautivos no los tienen por hombres cabales. Avino pues que un dia la señora Halima vió á su esclavo Mario, y tan visto y tan mirado fué, que se le quedó grabado en e, corazon y fijo en la memoria: y quizá poco contenta de los