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El amante liberal.

llegar al fin de sus encendidos deseos. Hazan, que se quedaba por virey de Chipre, pensaba dar tantas dádivas al cadí, que vencido y obligado, le diese la cautiva. Alí imaginó de ha- cer un hecho que le aseguró salir con lo que deseaba, y teniendo por cierto cada cual su designio, vinieron con facili- dad en lo que el cadí quiso, y de consentimiento y voluntad de los dos, se la entregaron luego, y pagaron al judío cada uno dos mil doblas: dijo el judío que no la habia de dar con los vestidos que tenia, porque valian otras dos mil doblas; y así era la verdad, á causa que en los cabellos (que parte por las espaldas sueltos traia, y parte atados y enlazados por la frente) se parecian algunas hileras de perlas que con estre- mada gracia se enredaban con ellos: las manillas de los piés y manos asimismo venian llenas de gruesas perlas: el vestido era una almalafa de raso verde, toda bordada y llena de tren- cillas de oro: en fin, les pareció á todos que el judío anduvo corto en el precio que pidió por el vestido, y el cadí, por no mostrarse ménos liberal que los dos bajáes, dijo que él que- ria pagarle, porque de aquella manera se presentase al Gran Señor la cristiana: tuviéronlo por bien los dos competidores, creyendo cada uno que todo habia de venir á su poder. Falta ahora por decir lo que sintió Ricardo de ver andar en almo- neda su alma, y los pensamientos que en aquel punto le vinieron, y los temores que le sobresaltaron viendo que el haber hallado á su querida prenda era para mas perderla: no sabia darse á entender si estaba dormido ó despierto, no dando crédito á sus mismos ojos de lo que veian; porque le parecia cosa imposible ver tan impensadamente delante dellos á la que pensaba que para siempre los habia cerrado: llegóse en esto á su amigo Mahamut, y díjole: ¿No la conoces, amigo? No la conozco, dijo Mahamut. Pues has de saber, replicó Ricardo, que es Leonisa. ¿Qué es lo que dices, Ri- cardo? dijo Mahamut. Lo que has oido, dijo Ricardo. Pues calla, y no la descubras, dijo Mahamut; que la ventura va ordenando que la tengas buena y próspera, porque ella va á poder de mi amo. ¿Parécete, dijo Ricardo, que será bien ponerme en parte donde pueda ser visto? No, dijo Maha- mut, porque no la sobresaltes ó te sobresaltes, y no vengas á dar indicio de que la conoces ni que la has visto; que podria ser que redundase en perjuicio de mi designio. Se- guiré tu parecer, respondió Ricardo; y así anduvo huyendo de que sus ojos se encontrasen con los de Leonisa, la cual tenia los suyos en tanto que esto pasaba clavados en el suelo, derramando algunas lágrimas, cuyo valor podria competir con las orientales perlas. Llegóse el cadí á ella, y asiéndola de la mano, se la entregó á Mahamut; mandóle que la llevase á

la ciudad y se la entregase á su señora Halima, y le dijese

Cervantes, Novelas.
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