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Novelas ejemplares.

tierra los miraban. En fin, por no ser tan prolijo en contar la tormenta como ella lo fué en su porfía, digo que cansados, hambrientos y fatigados con tan largo rodeo, como fué bojar casi toda la isla de Sicilia, llegámos á Tripol de Berbería, donde á mi amo (ántes de haber hecho con sus levantes la cuenta del despojo, y dádoles lo que les tocaba, y su quinto al rey, como es costumbre), le dió un dolor de costado tal, que dentro de tres dias dió con él en el infierno: púsose luego el rey de Tripol en toda su hacienda, y el alcaide de los muertos que allí tiene el Gran Turco (que como sabes es heredero de los que no le dejan en su muerte), estos dos tomaron toda la hacienda de Fetala mi amo, y yo cupe á este que entonces era virey de Tripol; y de allí á quince dias le vino la patente de virey de Chipre, con el cual he venido hasta aquí sin intento de rescatarme, porque aunque él me ha dicho muchas veces que me rescate, pues soy hombre principal, como se lo dijeron los soldados de Fetala, jamas he acudido á ello, ántes le he dicho que le engañaron los que le dijeron grandezas de mi posibilidad: y si quieres, Mahamut, que te diga todo mi pensamiento, has de saber que no quiero volver á parte donde por alguna via pueda tener cosa que me consuele, y quiero que juntándose á la vida del cautiverio los pensamientos y memorias que jamas me dejan de da muerte de Leonisa, vengan á ser parte para que yo no la tenga jamas de gusto alguno: y si es verdad que los continuos dolores forzosamente se han de acabar ó acabar á quien los padece, los mios no podrán dejar de hacerlo, porque pienso darles rienda de manera que á pocos dias den alcance á la miserable vida que tan contra mi voluntad sostengo. Este es, oh Mahamut hermano, el triste suceso mio: esta es la causa de mis suspiros y de mis lágrimas, mira tú ahora y considera si es bastante para sacarlos de lo profundo de mis entrañas, y para engendrarlos en la sequedad de mi lastimado pecho. Leonisa murió, y con ella mi esperanza; que puesto que la que tenia ella viviendo, se sustentaba de un delgado cabello, todavía, todavía: y en este todavía se le pegó la lengua al paladar, de manera que no pudo hablar mas palabra ni detener las lágrimas que, como suele decirse, hilo á hilo le corrian por el rostro en tanta abundancia que llegaron á humedecer el suelo. Acompañóle en ellas Mahamut; pero pasándose aquel parasismo causado de la memoria renovada en el amargo cuento, quiso Mahamut consolar á Ricardo con las mejores razones que supo; mas él las atajó diciéndole: Lo que has de hacer, amigo, es aconsejarme qué haré yo para caer en desgracia de mi amo y de todos aquellos con quien yo comunicare, para que siendo aborrecido dél y dellos, los unos y los otros me maltraten y persigan de