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El amante liberal.

por cierta tenian; y aunque el miedo de morir era general en todos, en mí era muy al contrario, porque con la esperanza engañosa de ver en el otro mundo á la que habia tan poco que deste se habia apartado, cada punto que la galeota tardaba en anegarse ó en embestir en las peñas, era para mí un siglo de mas penosa muerte: las levantadas olas que por encima del bajel y de mi cabeza pasaban, me hacian estar atento á ver si en ellas venia el cuerpo de la desdichada Leonisa: no quiero detenerme ahora, oh Mahamut, en contarte por menudo los sobresaltos, los temores, las ansias, los pensamientos que en aquella luenga y amarga noche tuve y pasé, por no ir contra lo que primero propuse de contarte brevemente mi desventura; basta decirte que fueron tantos y tales que si la muerte viniera en aquel tiempo, tuviera bien poco que hacer en quitarme la vida: vino el dia con muestras de mayor tormenta que la pasada, y hallámos que el bajel habia virado un gran trecho, habiéndose desviado de las peñas un buen espacio, y llegádose á una punta de la isla; viéndose tan á pique de doblarla turcos y cristianos con nueva esperanza y fuerzas nuevas, al cabo de seis horas doblámos la punta, y hallámos mas blando el mar y mas sosegado, de modo que mas fácilmente nos aprovechámos de los remos, y abrigados con la isla tuvieron lugar los turcos de saltar en tierra para ir á ver si habia quedado alguna reliquia de la galeota que la noche ántes dió en las peñas; mas aun no quiso el cielo concederme el alivio que esperaba tener de ver en mis brazos el cuerpo de Leonisa, que aunque muerto despedazado holgara de verle, por romper aquel imposible que mi estrella me puso de juntarme con él como mis buenos deseos merecian; y así rogué á un renegado que queria desembarcarse, que le buscase y viese si la mar lo habia arrojado á la orilla; pero, como ya he dicho, todo esto me negó el cielo, pues al mismo instante tornó á embravecerse el viento de manera que el amparo de la isla no fué de algun provecho: viendo esto Fetala, no quiso contrastar contra la fortuna que tanto le perseguia; y así mandó poner el trinquete al árbol y hacer un poco de vela, volvió la proa á la mar y la popa al viento; y tomando él mismo el cargo del timon, se dejó correr por el ancho mar, seguro que ningun impedimento le estorbaria su camino: iban los remos igualados en la crujía, y toda la gente sentada por los bancos y ballesteras, sin que en toda la galeota se descubriese otra persona que la del cómitre, que por mas seguridad suya se hizo atar fuertemente al estanterol: volaba el bajel con tanta ligereza que en tres dias y tres noches, pasando á la vista de Trápana, de Melazo y de Palermo, embocó por el Faro de Mesina, con maravilloso espanto de los que iban dentro y de aquellos que desde la