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El amante liberal.

despecho; y no te sabré decir, si los muchos que me acometieron atendian no mas de á defenderse, como quien se defiende de un loco furioso, o si fué mi buena suerte y diligencia, ó el cielo que para mayores males queria guardarme, porque en efecto herí siete ú ocho de los que hallé mas á mano á Cornelio le valió su buena diligencia, pues fué tanta la que puso en los piés huyendo, que se escapó de mis manos: estando en este tan manifiesto peligro, cercado de mis enemigos, que ya como ofendidos procuraban vengarse, me socorrió la ventura con un remedio, que fuera mejor haber dejado allí la vida, que no restaurándola por tan no pensado camino venir á perderla cada hora mil y mil veces: y fué que de improviso dieron en el jardin mucha cantidad de turcos de dos galeotas de cosarios de Viserta, que en una cala que allí cerca estaba habian desembarcado sin ser sentidos de las centinelas de las torres de la marina, ni descubiertos de los corredores ó atajadores de la costa: cuando mis contrarios los vieron, dejándome solo, con presta celeridad se pusieron en cobro: de cuantos en el jardin estaban, no pudieron los turcos cautivar mas de á tres personas, y á Leonisa que aun se estaba desmayada: á mí me cogieron con cuatro disformes heridas, vengadas antes por mi mano con cuatro turcos que de otras cuatro dejé sin vida tendidos en el suelo: este asalto hicieron los turcos con su acostumbrada diligencia, y no muy contentos del suceso se fueron á embarcar, y luego se hicieron á la mar, y á vela y remo en breve espacio se pusieron en la Fabiana: hicieron reseña por ver qué gente les faltaba, y viendo que los muertos eran cuatro soldados de aquellos que ellos llaman levantes, y de los mejores y mas estimados que traian, quisieron tomar en mí la venganza, y así mandó el arraez de la capitana bajar la entena para ahorcarme. Todo esto estaba mirando Leonisa, que ya habia vuelto en sí, y viéndose en poder de los cosarios derramaba abundancia de hermosas lágrimas, y torciendo sus manos delicadas, sin hablar palabra estaba atenta á ver si entendia lo que los turcos decian: mas uno de los cristianos del remo le dijo en italiano cómo el arraez mandaba ahorcar aquel cristiano, señalándome á mí, porque habia muerto en su defensa á cuatro de los mejores soldados de las galeotas: lo cual oido y entendido por Leonisa, la vez primera que se mostró para mí piadosa, dijo al cautivo que dijese á los turcos que no me ahorcasen, porque perderian un gran rescate, y que les rogaba volviesen á Trápana, que luego me rescatarian: esta, digo, fué la primera, y aun será la última caridad que usó conmigo Leonisa, y todo para mayor mal mio. Oyendo pues los turcos las razones que el cautivo italiano les decia, le creyeron fácilmente, y mudóles el