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Novelas ejemplares.

pero antes que lo confiese, quiero que me digais, señores, primero, si conoceis estas joyas; y descubriendo un cofrecito donde venian las de Preciosa, se le puso en las manos al corregidor, y en abriéndole vió aquellos dijes pueriles; pero no cayó en lo que podian significar: mirólos tambien la corregidora, pero tampoco dió en la cuenta; solo dijo: Estos son adornos de alguna pequeña criatura. Así es la verdad, dijo la jitana, y de qué criatura sean lo dice ese escrito que está en ese papel doblado. Abrióle con priesa el corregidor, y leyó que decia: Llamábase la niña Doña Costanza de Acevedo y de Meneses, su madre Doña Guiomar de Meneses, y su padre D. Fernando de Acevedo, caballero del hábito de Calatrava: desparecíla dia de la Ascension del Señor, á las ocho de la mañana, del año de mil y quinientos y noventa y cinco: traia la niña puestos estos brincos que en este cofre están guardados.

Apénas hubo oido la corregidora las razones del papel, cuando reconoció los brincos, se los puso á la boca, y dándoles infinitos besos, se cayó desmayada; acudió el corregidor á ella ántes que á preguntar á la jitana por su hija, y habiendo vuelto en sí, dijo: Mujer buena, ántes ángel que jitana, ¿adónde está el dueño, digo, la criatura cuyos eran estos dijes? ¿Adónde, señora? respondió la jitana: en vuestra casa la teneis, aquella jitanica que os sacó las lágrimas de los ojos es su dueño, y es sin duda alguna vuestra hija, que yo la hurté en Madrid de vuestra casa el dia y hora que ese papel dice. Oyendo esto la turbada señora, soltó los chapines, y desalada y corriendo salió á la sala, adonde habia dejado á Preciosa, y hallóla rodeada de sus doncellas y criadas, todavía llorando; arremetió á ella, y sin decirle nada, con gran priesa le desabrochó el pecho, y miró si tenia debajo de la teta izquierda una señal pequeña á modo de lunar blanco con que habia nacido, y hallóle ya grande, que con el tiempo se habia dilatado: luego con la misma celeridad la descalzó, y descubrió un pié de nieve y de marfil hecho á torno, y vió en él lo que buscaba, que era que los dos dedos últimos del pié derecho se trababan el uno con el otro por medio con un poquito de carne, la cual cuando niña nunca se la habian querido cortar por no darle pesadumbre. El pecho, los dedos, los brincos, el dia señalado del hurto, la confesion de la jitana, y el sobresalto y alegría que habian recebido sus padres cuando la vieron, con toda la verdad confirmaron en el alma de la corregidora ser Preciosa su hija; y así cogiéndola en sus brazos se volvió con ella adonde el corregidor y la jitana estaban. Iba Preciosa confusa, que no sabia á qué efecto se habian hecho con ella aquellas diligen-