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La jitanilla.

de ser mi esposo, y justos y honestos impedimentos han estorbado que aun hasta ahora no nos habemos dado las manos: si dineros fueren menester para alcanzar perdon de la parte, todo nuestro aduar se venderá en pública almoneda, y se dará aun mas de lo que pidieren: señora mia, si sabeis qué es amor, y algun tiempo le tuvisteis, y ahora le teneis á vuestro esposo, doléos de mí, que amo tierna y honestamente al mio. En todo el tiempo que esto decia, nunca la dejó las manos ni apartó los ojos de mirarla atentísimamente, derramando amargas y piadosas lágrimas en mucha abundancia: asimismo la corregidora la tenia á ella asida de las suyas, mirándola ni mas ni ménos con no menor ahinco, y con no mas pocas lágrimas. Estando en esto entró el corregidor, y hallando á su mujer y á Preciosa tan llorosas y tan encadenadas, quedó suspenso así de su llanto como de su hermosura: preguntó la causa de aquel sentimiento, y la respuesta que dió Preciosa fué soltar las manos de la corregidora, y asirse de los piés del corregidor, diciéndole: Señor, misericordia: si mi esposo muere, yo soy muerta: él no tiene culpa, pero si la tiene, déseme á mí la pena: y si esto no puede ser, á lo ménos entreténgase el pleito en tanto que se procuran y buscan los medios posibles para su libertad; que podrá ser que al que no pecó de malicia le enviase el cielo la salud de gracia. Con nueva suspension quedó el corregidor de oir las discretas razones de la jitanilla, y que ya, si no fuera por no dar indicios de flaqueza, le acompañara en sus lágrimas. En tanto que esto pasaba, estaba la jitana vieja considerando grandes, muchas y diversas cosas, y al cabo de toda esta suspension é imaginacion, dijo: Espérenme vuesas mercedes, señores mios, un poco, que yo haré que estos llantos se conviertan en risa, aunque á mí cueste la vida; y así con lijero paso se salió de donde estaba, dejando á los presentes confusos con lo que dicho habia. En tanto pues que ella volvia, nunca dejó Preciosa las lágrimas ni los ruegos de que se entretuviese la causa de su esposo, con intencion de avisar á su padre que viniese á entender en ella. Volvió la jitana con un pequeño cofre debajo del brazo, y dijo al corregidor que con su mujer y ella se entrasen en un aposento, que tenia grandes cosas que decirles en secreto. El corregidor, creyendo que algunos hurtos de los jitanos queria descubrirle por tenerle propicio en el pleito del preso, al momento se retiró con ella y con su mujer en su recámara, adonde la jitana, hincándose de rodillas ante los dos, les dijo: Si las buenas nuevas que os quiero dar, señores, no merecieren alcanzar en albricias el perdon de un gran pecado mio, aquí estoy para recebir el castigo que quisiéredes darme;