En pobre acaba el último verso, dijo á esta sazon Preciosa, mala señal; nunca los enamorados han de decir que son pobres, porque á los principios á mi parecer la pobreza es muy enemiga del amor. ¿Quién te enseña eso, rapaza? dijo uno. ¿Quién me lo ha de enseñar? respondió Preciosa; ¿no tengo yo mi alma en mi cuerpo? no tengo ya quince años? No soy manca, ni ronca, ni estropeada del entendimiento: los ingenios de las jitanas van por otro norte que los de las demas gentes; siempre se adelantan á sus años, no hay jitano necio, ni jitana lerda; que como el sustentar su vida consiste en ser agudos, astutos y embusteros, despabilan el ingenio á cada paso, y no dejan que crie moho en ninguna manera. Ven estas muchachas mis compañeras, que están callando, y parecen bobas? pues éntrenles el dedo en la boca, y tiéntenlas las cordales, y verán lo que verán: no hay muchacha de doce que no sepa lo que de veinticinco, porque tienen por maestros y preceptores al diablo y al uso, que les enseña en una hora lo que habian de aprender en un año. Con esto que la Jitanilla decia, tenia suspensos á los oyentes, y los que jugaban le dieron barato, y aun los que no jugaban. Cogió la hucha de la vieja treinta reales, y mas rica y mas alegre que una pascua de flores, antecogió sus corderas, y fuése en casa del señor timente, quedando que otro dia volveria con su manada á dar contento á aquellos tan liberales señores.
Ya tenia aviso la señora Doña Clara, mujer del señor timente, como habian de ir á su casa las jitanillas, y estábalas esperando como agua de mayo ella y sus doncellas y dueñas, con las de otra señora vecina suya, que todas se juntaron para ver á Preciosa; y apénas hubieron entrado las jitanas, cuando entre las demas resplandeció Preciosa, como la lzu de una antorcha entre otras luces menores; y así corrieron todas á ella: unas la abrazaban, otras la miraban, estas la bendecian, aquellas la alababan. Doña Clara decia: Este sí que se puede decir cabello de oro, estos sí que son ojos de esmeraldas. La señora su vecina la desmenuzaba toda, y hacia pepitoria de todos sus miembros y coyunturas; y llegando á alabar un pequeño hoyo que Preciosa tenia en la barba, dijo: ¡Ay qué hoyo! en este hoyo han de tropezar cuantos ojos le miraren. Oyó esto un escudero de brazo de la señora Doña Clara, que allí estaba, de luenga barba y largos años, y dijo: ¿Ese llama vuesa merced hoyo, señora mia? pues yo sé poco de hoyos, ó ese no es hoyo, sino sepultura de deseos vivos: por Dios tan linda es la Jitanilla, que hecha de plata ó de alcorza no podria ser mejor. ¿Sabes decir la buenaventura, niña? De tres ó cuatro maneras, respondió Preciosa. Y ¿eso mas? dijo Doña Clara, por vida del