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La jitanilla.

voz sola que dijo: Torna á cantar, Preciosa, que no faltarán cuartos como tierra. Mas de doscientas personas estaban mirando el baile, y escuchando el canto de las jitanas, y en la mayor fuga dél acertó á pasar por allí uno de los tinientes de la villa, y viendo tanta gente junta, preguntó qué era: y fuéle respondido que estaban escuchando á la Jitanilla hermosa que cantaba. Llegóse el timente, que era curioso, y escuchó un rato, y por no ir contra su gravedad, no escuchó el romance hasta la fin: y habiéndole parecido por estremo bien la Jitanilla, mandó á un pajo suo dijese á la jitana vieja que al anochecer fuese á su casa con las jitanillas, que queria que las oyese Doña Clara su mujer. Hízolo así el paje, y la vieja dijo que sí iria. Acabaron el baile y el canto, y mudaron lugar; y en esto llegó un paje muy bien aderezado á Preciosa, y dándole un papel doblado, le dijo: Preciosica, canta el romance que aquí va, porque es muy bueno, y yo te daré otros de cuando en cuando, con que cobres fama de la mejor romancera del mundo. Eso aprenderé yo de muy buena gana, respondió Preciosa; y mire, señor, que no me deje de dar los romances que dice, con tal condicion que sean honestos; y si quiere que se los pague, concertémonos por docenas, y docena cantada docena pagada; porque pensar que le tengo de pagar adelantado, es pensar lo imposible. Para papel siquiera que me dé la señora Preciosica, dijo el paje, estaré contento: y mas, que el romance que no saliere bueno y honesto, no ha de entrar en cuenta. A la mia queda el escogerlos, respondió Preciosa: y con esto se fueron la calle adelante, y desde una reja llamaron unos caballeros á las jitanas. Asomó Preciosa á la reja, que era baja, y vió en una sala muy bien aderezada y muy fresca muchos caballeros que, unos paseándose, y otros jugando á diversos juegos, se entretenian. ¿Quiérenme dar barato, zeñores? dijo Preciosa, que como jitana hablaba ceceoso, y esto es artificio en ellas que no naturaleza. A la voz de Preciosa y á su rostro dejaron los que jugaban el juego, y el paseo los paseantes: y los unos y los otros acudieron á la reja por verla, que ya tenian noticia della, dijeron: Entren, entren las jitanillas, que aquí les daremos barato. Caro seria ella, respondió Preciosa, si nos pellizcasen. No, á fe de caballeros, respondió uno; bien puedes entrar, niña, segura que nadie te tocará á la vira de tu zapato; no, por el hábito que traigo en el pecho, y púsose la mano sobre uno de Calatrava. Si tú quieres entrar, Preciosa, dijo una de las tres jitanillas que iban con ella, entra enhorabuena, que yo no pienso entrar adonde hay tantos hombres. Mira, Cristina, respondió Preciosa: de lo que te has de guardar es de un hombre solo y á solas, y no de tantos juntos; porque ántes el ser muchos quita el miedo