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Novelas ejemplares.

aunque le estén guardando con los ojos de Argos: y en cuatro meses que estuve en aquella ciudad, nunca fuí cogido entre puertas, ni sobresaltado ni corrido de corchetes, ni soplado de ningun cañuto; bien es verdad que habrá ocho dias que una espía doble dié noticia de mi habilidad al corregidor, el cual aficionado mis buenas partes quisiera verme; mas yo que por ser humilde no quiero tratar con personas tan graves, procuré de no verme con él, y así salí de la ciudad con tanta priesa, que no tuve lugar de acomodarme de cabalgaduras, ni blancas, ni de algun coche de retorno, ó por lo menos de un carro. Eso se borre, dijo Rincon, y pues ya nos conocemos, no hay para qué aquesas grandezas ni altiveces: confesemos llanamente que no tenemos blanca ni aun zapatos. Sea así, respondió Diego Cortado (que así dijo el menor que se llamaba), y pues nuestra amistad, como vuesa merced, señor Rincon, ha dicho, ha de ser perpetua, comencémosla con santas y loables ceremonias; y levantándose Diego Cortado abrazó á Rincon, y Rincon á él tierna y estrechamente, y luego se pusieron los dos á jugar á la veintiuna con los ya referidos naipes, limpios de polvo y de paja, mas no de grasa y malicia: pocas manos alzaba tan bien por el as Cortado, como Rincon su maestro. Salió en esto un arriero á refrescarse al portal, y pidió que queria hacer tercio acogiéronle de buena gana, y en ménos de media hora le ganaron doce reales y veinte y dos maravedises, que fué darle doce lanzadas y veinte y dos mil pesadumbres: y creyendo el arriero que por ser muchachos no se lo defenderian, quiso quitarles el dinero; mas ellos poniendo el uno mano á su media espada, y el otro al de las cachas amaillas, le dieron tanto que hacer, que á no salir sus compañeros, sin duda lo pasara harto mal. A esta sazon pasaron acaso por el camino una tropa de caminantes á caballo, que iban á sestear à la venta del Alcalde, que está media legua mas adelante, los cuales viendo la pendencia del arriero con los dos muchachos, los apaciguaron y les dijeron que si acaso iban á Sevilla que se viniesen con ellos. Allá vamos, dijo Rincon, y serviremos á vuesas mercedes en todo cuanto nos mandaren: y sin mas detenerse saltaron delante de las mulas, y se fueron con ellos, dejando al arriero agraviado y enojado, y á la ventera admirada de la buena crianza de los pícaros, que les habia estado oyendo su plática, sin que ellos advirtiesen en ello; y cuando dijo al arriero que les habia oido decir que los naipes que traian eran falsos, se pelaba las barbas, y queria ir á la venta tras ellos á cobrar su hacienda, porque decia que era grandísima afrenta y caso de ménos valer, que dos muchachos hubiesen engañado á un hombrazo tan grande como él: sus compañeros le detuvieron