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“No temas — te dije — que no han de alcanzarte,
siempre que a su encuentro no vayas tú mismo”.
Y ofrecí a tu hambre maternal ternura
y a tu desamparo mi alma por aprisco.
¡Mira que no nieva, que en el prado hay flores,
música en el aire y en el árbol nidos...!
¡Oh, si tu pastora pudiera, dichosa,
verte, mi cordero, feliz y tranquilo!
Pero... tú mis horas llenas de inquietudes,
cordero rebelde, corderito mío!...
Por mi paz, cordero, deja que en tu cuello
coloque mi celo suave cordelillo
y estaré tranquila; por mas que te alejes
a mí han de traerte todos los caminos.
Y sabes que en mi alma siempre que lo quieras,
tendrás, mi cordero, tu apacible aprisco,
como aquella tarde de nieve y de sombras
cuando a mí viniste temblando de frío.