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Pero... nadie la vió; sólo los sauces,
el laurel y la tierna madreselva
testigos fueron de tu acción innoble.
Tampoco yo maldije su fiereza.

Espinas más agudas que de tunas
hallamos en la vida con frecuencia
que lastiman, no el rostro sino el alma,
y la herida que causan es eterna.

Arrancar de mis sienes y mejillas
una capa de agujas fué tarea
que afligió a los de casa aquella tarde
y puso mi paciencia a duras pruebas.

Y a pesar de mis lágrimas, reía
comentando la bárbara ocurrencia:
cuando al alma no llegan las espinas
la risa borra del dolor la mueca.

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