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PATRICIAS ARGENTINAS 161

Pero en nuestra revolución han tenido las mujeres una parte principal: díganlo nuestros jóvenes: cierta clase de pasiones vbra muchas veces un efecto que parecía sólo reservado al poder de heróicas vir- tudes. Los infelices americanos, esos hombres tan celebrados antes por su va- lor y sus costumbres en tanto que por su medio servían de tapete al trono que ha- llaba en vez de un principe, un valido, «sos hombres, digo, estaban condenados á multiplicar su especie con privación de los inocentes placeres que le proporcio- naría una elección, en que la fortuna y las gracias hiciese menos pesadas sus ca- denas! Ah! Esta clase de colocaciones era en cel sistema metropolitano tan sobre los descos de los canonizados colonos, como la de los empleos públicos; los es- pañolcs americanos debían ser siempre, y en todo orden subalternos de nuestros hermanos los españoles europeos: con- ducta injusta, que dará siempre á nues- tras quejas el tamaño de la defensa.

Pero desde la época feliz de la rea- sunción de nuestros primitivos dere- chos, cuentan los americanos con el favor de la fortuna y de la naturaleza: una

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