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¿Siempre el mismo sitio en la mesa? ¿Siem- pre aquella vajilla con su guarda de flores celestes? ¿Aquellos mismos sillones de cuero en el comedor? ¿Y aquel famoso cuadro, ri- dículo, con su rey, sus vasallos, su cacería, y por el que teníamos una estimación extraor- dinaria?

Hogar, dulce hogar. Se ha idealizado eso mucho. Estoy sobresaturada de escenas feli- ces leídas o reproducidas en telas o estampas. Puede que eso se viva. Pero serán otros se- res. Los que conozco no son de esa natura- leza.

De Elena, mi hermana mayor, suelo tener noticias. Se casará pronto. Iré a comprobar y gustar su felicidad presente. Y futura ¿por qué no? Será más feliz que yo, sin duda. A menos que él no sea en extremo sinvergiienza.

Querría... no sé qué querría. Tal vez un impulso fuerte, que me levante o que me arraigue; que me afirme de una vez o que me saque de la tierra.

Con inconsciente frialdad te fuiste un día, brutalmente. Un solo pretexto sirvió. Ahora vttelves. Lástima. Me diste demasiado tiempo.