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multáneos, que no desea verme más que en su casa, porque aquí, caramba, no es lugar apro- piado para una mujer decente.

Me interesa la suerte de estas mujeres, qui- siera asomarme al borde de sus vidas desde el comienzo. No son prostitutas con ficha, pero cada una hace su negocio. Sin embargo no se han encanallado del todo. Saben reir todavía, con risa fresca, de optimismo. El gil es el que paga más, el rana el que mejor las estafa. Tie- nen su lenguaje pintoresco y el Hombre pasa, cabalmente desnudo, por el tamiz de sus re- cuerdos.

Una vez... Y para cada caso un cuento. La historia del mundo en anécdotas picarescas.

Industriales y magistrados; políticos y ar- tistas; militares y curitas; empleados y co- merciantes; todos, menos los de flaco bolsillo. Veinte pesos la tarifa mínima. No creo que ninguna quiera reconstruir su vida. A ratos les asalta el pensamiento, pero todo es fugaz y sin trascendencia. Esa es la atmósfera vital, trasplantarlas sería condenarlas a la asfixia. Pienso en un destino cruento, y en mi volun- tad que lucha, hasta lo posible.

Siento verdadera piedad por ellas.

Hay una, 18 años: