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él se ampara, a él le teme, bajo él se defiende. Todo queda aprisionado dentro de su círculo estrecho, y cuando logra evadirse de él, lo ha- ce por la tangente de la hipocresía.

A este tipo vacuo de mujer le debo la reno- vación de mi angustia. Así fueron muchas, así son tantas, así es la hermana del hombre que amo, a quien he estado amando, devotamente, durante tres años, con el más alto y purificado sentimiento. Ñ

Me considera “al margen de la sociedad” y socaba persistentemente, la flaca firmeza de un hombre. Desconcierta, intriga, acusa. Yago toma vestimentas de mujer, pero ni se acora- za siquiera en la disculpa de carnal obsesión.

Su mano no esgrime el pañuelo, enarbola EL PREJUICIO.

  • oeo*

He suplicado de rodillas, el amor de un hombre. Confesarlo no me avergiienza. ¿Adón- de irá mi cuerpo otra vez, estrellándose con- tra las piedras y el cerrado corazón de las gentes?

Ya me había hecho, como creada de nuevo, a la dulzura del descanso. La paz para mi espíritu ansioso, el sueño para mis ojos in- quietos.