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AO, A

¿Cómo han ido creciendo, gigantes, con la exhuberancia de la liana selvática que car- come, oprimiendo, la jugosa frescura del árbol?

Los celos amargan sus besos, su sueño, el pan que come. Son trágicos, tenaces, profun- dos pero me irritan. ¡Celos de mi vida pasada! De mi miserable vida pasada. Pero ¿adónde está el ser que comprenda? ¿Adónde están aquellos que remedien, sufrientes, sintiéndo- se culpables de silencio? ¿Quién vino en au- xilio de mi barco, sin ruta y a merced del oleaje? ¿Quién encauzó, quién sustentó, quién protegió mi joven cuerpo desasido?

¿Hacia dónde fuí, hacia dónde íbamos, tan- tos, juguetes de la marea violenta y bárbara que nos hundía? Recién hoy me hago respon- sable de mi destino, no pudo ser antes, ni fué. Que chillen los fofos y los castrados, acu- sándome, su estupidez, pero que no sea por la- bios del amor, por los dulces labios del amor, que esta sociedad prostituída me condene.

¿Qué encierra el cuerpo opulento de una mu- jer burguesa? Estopa. Estopa y malos detri- tus. No esperemos de ella razonamiento, t0le- rancia, comprensión, ni piedad siquiera. Aprieta sus muslos un cinturón de castidad inexorable y ceñido: EL PREJUICIO. Con