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“se doble mi cuerpo, volteado, la cara en la tierra y los brazos en cruz.
Que entre y salga de mí, en raudal lumino- so, la fuerte afirmación de la vida.
Que rueden silenciosas y sueltas las lágri- mas de la ternura recóndita.
Que un brazo de hombre sostenga firme, el corazón enorme y transido. N
Dejadme agitar, victoriosa, sobre la cul- minación de mi dicha, la antorcha del júbilo.
Dejadme querer, simplemente, dejadme querer.
Zurzo tus medias con paciencia amorosa, te- jiendo hilo sobre hilo, mientras me lees a Heine con tu voz calma y plena. El sol maña- nero entra al cuarto, violentamente, por la alegre ventana. En mi silla baja, de palo y junco, descanso, cosiendo, de la cotidiana tarea doméstica. La luz se rompe viva y mul- ticolor en el biselado del espejo y en el flo- rero de cristal que adorna nuestra única me- sa de noche.
Es lindo vivir.
Viene de la cocina el olor de la comida, apeti- toso y simple. Cuando esté a punto tenderé