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Siente una epidérmica felicidad.

—RKica, rica, tesoro, te quiero mucho. Y para demostrarlo estrecha, fuerte, cada vez más, con ferocidad de animal azuzado. Y be- sa, besa. z

—¿Decí, me regalás lo que te pedí?

—Callate, callate, qué lindw sos, cómo me gustás.

—Qué me importa eso, no quiero, decí, me regalás lo...

—Sí rica, sí mala, sí mía, sí.

3

En el cuarto de baño, el golpe de la lluvia sobre los flancos de la bañadera y las ablu- ciones ruidosas. Seguidamente la intimación de una voz carrasposa y agria: Cepillo, agua filtrada, talco.

Quince minutos más y la voz entra de nue- vo al dormitorio, imperceptiblemente más suave. Con ella el hombre y la sonrisa del sol, alto.

—Caramba, me dormí, me hubieras llama- do antes. Son las ence y a las ocho le dije a mi mujer que llegaba el tren a Retiro. Te- nía que ir temprano a la Bolsa además.

Chasquea la lengua y absorbe con el café