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Mi padre, sentado a un costado del cuarto descansa la fatiga de su alma, mientras las palabras de duelo caen en torno suyo.

Yo me voy en el cauce de un pensamiento tierno a través de sus vidas. Un día, tal vez luminoso como éste, el amor los unió, beso y hombro.

Lo primero, lo mejor, juventud y sueño. Después viene lo que viene. Pero aquel le- jano momento, fué. Lo pienso así mientras tengo entre mis manos las manos muertas, y siento que el mismo pensamiento va, en nube de nostalgia, desde los ojos fijos de mi padre hasta esos otros profundos y ciegos.

Quisiera transmitirle a todos conformidad, pero no puedo intentarlo siquiera. Estoy va- cía de palabras. Dejad llorar, dejad llorar. ¡Madre! ¡Madre! ¡Mi madre!

. o. o

Dos años de matrimonio me enseñaron al- go. No desprecio, no odio, no reprocho nada a nadie. Me voy silenciosamente, movida por los hilos de un destino que ya ensaya con- migo su juego de marionetas. Mas que irme me dejo llevar, un poco a la deriva, por esta corriente que empuja.