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sobre el hueco vacío de la almohada, los ojos insomnes y ardidos, negados al sueño. Soledad, soledad, soledad. Yo pude querer a un hombre, quizás para siempre.
Le he sido infiel a mi marido y esto lo di- go con tranquilidad de conciencia.
No hubo escrúpulos, remordimientos, ni la más mínima perturbación psicológica.
Todo se produjo naturalmente, sin pasión y sin tragedia. Fuí hacia los brazos de otro hombre buscando... no digo amor, no digo caricias, no digo sensualidad tampoco, ni dinero. Algo, quien sabe qué, humana pie- dad probablemente.
Así los paseos, las mentiras absurdas, los besos escondidos, las primeras citas.
Así también la sospecha y las agrias re- yertas.
¿Y total para qué? si esto es casi lo mis- mo, si todo es lo mismo, vacío de sentido, sin calor y sin eco.
Pero es la cadena que se trenza.
Tengo marido y amante y vivo en una mi- seria casi absoluta. Mi marido no tiene tra- bajo.
El otro ignora mi situación.