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vierno ma azotó el rostro: — Tus cuatro hermanos no nos cuestan lo que tú. Recu- pera en el trabajo del hogar parte de nues- tros gastos. A fin de mes despediremos la sir- vienta, a tu cargo quedará la limpieza de la cocina y los patios.

No era el recibimiento anhelado, pero pensé disculpándola que su palabra era du- ra mas su corazón bueno. Si el amor de mi padre hubiera sido más tierno y solícito, tal vez ganáramos los hijos por reflejo. Ella no era bastante feliz. Había desinteligencia entre ambos y muchas veces fuimos testi- gos de agrias reyertas. Pero no eran de irre- mediable solución, la calma y la entrecorta- da felicidad conyugal, renacían por momen- tos. -

Mi madre cantaba entonces alegremente, acompañando su- costura, y mi padre nos consentía algunas bromas y sonrisas duran- te la comida.

Yo no era verdaderamente bonita, pero mis diez y seis años prestaban a mi rostro y a la esbeltez de mi cuerpo su encanto prima- veral.

El amor, revolando en torno de mi ¡juven- tud, acorraló mi inexperiencia.

Fuí novia casi sin saberlo. Un año de no-