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do y me fuí al patio donde jugaban mis com- pañores.

Sarita que es siempre la misma envidio- sa empezó a gritarme: Coronita, coronita... ¡pero yo no le pegué por eso ni la miré tam- poco, me fuí a la glorieta de las glicinas y me quedé quietecita hasta que sonó la cam- pana. Había un perfume tan lindo allí y un sol tan tibiecito...

A Celia, la que se sienta en el quinto ban- co de la tercera fila no la puedo ni ver.

A veees, , cuando estoy junto a ella,siento que la sangre se me sube a la cara y tengo que contenerme para no pegarle, tirarle del pelo, humillarla y decirle de todo lo que no hay. Es la más coqueta del grado. Se pone poivos. Además, cuando pasa delante de uno mueve la cabeza para todos lados, cosa de que se le luzcan los rulos. Ya sé que es más linda que yo, mucho más linda, pero es una burra, y yo soy la mejor de la clase, con todo que ella es mayor.

Esta mañana le tuve rabia, más que nun- ca. Estábamos en la hora de aritmética, y mientras la señorita escribía en el pizarrón,